Que duda cabe que, en estos
tiempos de las fiestas navideñas, traer recuerdos a la mente
de tiempos pasados es bonito y hasta si me apuran un poco
necesario porque, de vez en cuando, a todos nos gusta
impulsar la mente hacia atrás para volver, aunque sea por
unos segundos, hasta nuestra época de niñez. Y eso me ha
pasado al recibir una felicitación navideña, desde
Barcelona, de uno de los grandes amigos que tengo en la
vida, Gonzalo Belizón Buadas, popularmente conocido por
todos los chavales de aquella época de nuestra niñez por “Cria”.
Cria en deportes era eso que le llaman un todo terreno,
igual jugaba al fútbol, al baloncesto y si había que hacer
una carera de fondo también intervenía. Pero hay que decir,
porque es cierto, que lo que mejor hacia dentro del mundo
del deporte, era jugar al fútbol. Futbolista nato, con unas
cualidades impresionantes, para la práctica del deporte rey,
no tuvo suerte en ese mundillo para el que había nacido y
que por causas de la vida, ese mundillo le volvió las
espaldas, como se las ha vuelto a algunos otros, que como él
tenían muchos más méritos para ser figura dentro del mundo
del deporte rey que esas “figuritas” con cintitas en el pelo
que se pasean por los campos de España y a los que
consideran el no va más del fútbol, cuando ninguno de esos
muñecos, creados por la publicidad, servirían ni para
calzarles las botas a mi amigo.
Le recuerdo, parece que lo estoy viendo ahora mismo, en el
54 jugando en el Javier, equipo del cura Arenillas, quedando
una vez más campeón del torneo. Porque al Javier, el equipo
del Cria, no había forma humana de ganarle, lo que llenaba
de satisfacción, al padre Arenillas, del que Gonzalo, era su
“ojito derecho”
Y ni te cuento, serrana del alma, los partidos que nos
jugábamos en la desaparecida Plaza de Azcarate, donde la
atracción, una vez más, era ver jugar a Cria, desde la
baranda que rodeaba aquella plaza, llena a rebozar, donde
tantos encuentros hemos jugados, teniendo a los árboles como
porterías. Uno, la verdad, trataba por todos los medios
derrotar al equipo de mi amigo. Ese amigo que hacía que la
baranda de la Plaza de Azcarate se llenase al completo sólo
por verle hacer aquellas “diabluras” con una pelota en los
píes. Por cierto, hablando de “diabluras” con una pelota en
los pies, tengo que decir y digo, que entre los dos, hemos
sido capaces de mantener una pelota sin que se cayese al
suelo, durante bastante tiempo. O sea que uno, sin llegar a
la altura de Gonzalo, también le daba sus pataditas a la
pelota, sin dejarla caer al suelo. Pero mi vida, no iba por
el camino del deporte rey, iba por otros derroteros. Sin
embargo, la suya era el fútbol, Gonzalo vivía por y para el
fútbol. Era su sueño, un sueño que fue capaz de hacer
realidad, pero al que la suerte no le acompañó hasta llegar
a llevarlo a ser esa gran figura del fútbol que por méritos
propios merecía. Así es la vida y de esa forma hay que
aceptarla. Nunca llueve a gustos de todo porque, alguien, se
encarga de dirigir la lluvia hacia el lado donde,
precisamente, no debe llover.
Dicen que la distancia hace el olvido. Nosotros, los amigos
de verdad, nunca nos olvidamos por mucha que sea la
distancia que nos separe. Siempre estaremos, en el mismo
sitio, prestos a darle un abrazo a nuestro amigo. Un abrazo,
Gonzalo.
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