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OPINIÓN - DOMINGO, 17 DE DICIEMBRE DE 2006

 
OPINIÓN / AL MISMO NIVEL

Cuando falla el subconsciente

Por Maquiavelo


Las personas inteligentes, que no listas –es muy diferente, y de ello trataremos otro día-, suelen destacar por ser muy difícil pillarlas en un renuncio. Claro está que esto ocurre siempre que no mientan, porque en el caso contrario están abocados al desastre.

Hay ciertos personajes en Ceuta que se vanaglorian de su nivel de inteligencia, y lo hacen públicamente bien a través de escritos, de artículos o de declaraciones.

Tener un índice de inteligencia elevado viene ya de nacimiento. Existen numerosos y diferentes tests que proporcionan el IQ de un individuo y que analizan los aspectos lógicos del pensamiento, comprensión de textos y palabras sueltas, agudeza espacial y algunos otros más. Pero, en la vida normal y corriente, ser muy inteligente no abre puertas más que si llamas a las de la Nasa o alguna parecida.

Existen personas muy inteligentes que no pasan de ser mediocres en su vida y se rodean de una cohorte de personajillos que le alaban constantemente. Se puede ser un buen maestro que enseña a los alumnos, pero le quedará siempre la duda de que podría haber llegado más lejos en la vida.

La inteligencia, la verdadera inteligencia aplicada a la vida cotidiana, se centra en no dejar entrever nunca, en ninguna ocasión, dónde queda el fin y la meta que se persigue.

Cual gran visir Iznogud, genial cómic, tenemos muy cerca a ciertas personas que parecen inteligentes, pero que demuestran a cada paso que quieren ser califa en lugar del califa.

Por un lado, aparece en esta escena el líder de la UDCE quien, pese a quien le pese, caiga quien caiga, ansía con todas sus fuerzas convertirse en un adalid étnico. Craso error, porque en una sociedad moderna, democrática y del siglo XXI, se ve totalmente medieval.

Sus deseos le pueden dejar en evidencia. El subconsciente, con la idea permanente de alcanzar el liderazgo supremo, le traiciona constantemente y no le permite ver la realidad a pie de calle.

¿Quién quiere realmente esta situación? ¿el representante de UDCE? ¿los ciudadanos que él se atribuye que representa en exclusiva?

La pregunta podría tener una respuesta que sorprendería, con toda seguridad.

Es necesario ser un gran simulador y disimulador. Las personas son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar. Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan la auténtica realidad.

A veces, la poca prudencia impulsa a comenzar cosas por las ventajas que se consiguen, pero no se percata del veneno que está escondido.

Y, es que, cuando se mezcla religión con política, o cuando se pretende representar a sólo una parte de la población, se comete el error de no actuar para nadie más. Esto me recuerda a los antiguos clubes, ya desaparecidos en su práctica totalidad. La exclusividad de sus miembros hizo que cada vez hubiera más personas ajenas al club y menos dentro de él.

Si sus intenciones auténticas son las que se entreven cuando su subconsciente sale a flor de piel, deberá cambiar su inmediato alrededor y dejar de recibir malos consejos y elogios envenenados que le pueden llevar a la ruina.

Otro tal ocurre en el Partido Socialista. Su líder habla, incluso, en algunas ocasiones de “cuando sea presidenta de Ceuta”, como si eso lo tuviera al alcance de su mano. Vamos, que abriendo un cajón de la mesa le sale el Real Decreto firmado por Juan Carlos I con su nombre y apellidos. Desconozco los coeficientes de inteligencia de estas personas, pero aunque fuera elevado, dan constantes muestras de querer y no poder, de tener segundones constantemente a su alrededor que realizan su labor a la perfección, la de alabarles y recordarles constantemente que son mejores que nadie.

Es una pena que la tarea política que ambos han asumido sea la de ser califa en lugar del califa simplemente por el hecho de serlo, por sus ansias de poder, por sus deseos de mandar, por ninguna otra cosa que suplir con ello otras carencias.

Es legítimo aspirar a superarse en la vida. Casi es ley de vida hacerlo, pero es necesario conseguir metas sin mediocridades, sin artimañas, sin mentiras, sin engaños, sin soberbia, sin odio, sin tantas malas artes como vemos día a día.
 

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