Las personas inteligentes, que no listas –es muy diferente,
y de ello trataremos otro día-, suelen destacar por ser muy
difícil pillarlas en un renuncio. Claro está que esto ocurre
siempre que no mientan, porque en el caso contrario están
abocados al desastre.
Hay ciertos personajes en Ceuta que se vanaglorian de su
nivel de inteligencia, y lo hacen públicamente bien a través
de escritos, de artículos o de declaraciones.
Tener un índice de inteligencia elevado viene ya de
nacimiento. Existen numerosos y diferentes tests que
proporcionan el IQ de un individuo y que analizan los
aspectos lógicos del pensamiento, comprensión de textos y
palabras sueltas, agudeza espacial y algunos otros más.
Pero, en la vida normal y corriente, ser muy inteligente no
abre puertas más que si llamas a las de la Nasa o alguna
parecida.
Existen personas muy inteligentes que no pasan de ser
mediocres en su vida y se rodean de una cohorte de
personajillos que le alaban constantemente. Se puede ser un
buen maestro que enseña a los alumnos, pero le quedará
siempre la duda de que podría haber llegado más lejos en la
vida.
La inteligencia, la verdadera inteligencia aplicada a la
vida cotidiana, se centra en no dejar entrever nunca, en
ninguna ocasión, dónde queda el fin y la meta que se
persigue.
Cual gran visir Iznogud, genial cómic, tenemos muy cerca a
ciertas personas que parecen inteligentes, pero que
demuestran a cada paso que quieren ser califa en lugar del
califa.
Por un lado, aparece en esta escena el líder de la UDCE
quien, pese a quien le pese, caiga quien caiga, ansía con
todas sus fuerzas convertirse en un adalid étnico. Craso
error, porque en una sociedad moderna, democrática y del
siglo XXI, se ve totalmente medieval.
Sus deseos le pueden dejar en evidencia. El subconsciente,
con la idea permanente de alcanzar el liderazgo supremo, le
traiciona constantemente y no le permite ver la realidad a
pie de calle.
¿Quién quiere realmente esta situación? ¿el representante de
UDCE? ¿los ciudadanos que él se atribuye que representa en
exclusiva?
La pregunta podría tener una respuesta que sorprendería, con
toda seguridad.
Es necesario ser un gran simulador y disimulador. Las
personas son tan simples y se someten hasta tal punto a las
necesidades presentes que quien engaña encontrará siempre
quien se deje engañar. Cada uno ve lo que parece, pero pocos
palpan la auténtica realidad.
A veces, la poca prudencia impulsa a comenzar cosas por las
ventajas que se consiguen, pero no se percata del veneno que
está escondido.
Y, es que, cuando se mezcla religión con política, o cuando
se pretende representar a sólo una parte de la población, se
comete el error de no actuar para nadie más. Esto me
recuerda a los antiguos clubes, ya desaparecidos en su
práctica totalidad. La exclusividad de sus miembros hizo que
cada vez hubiera más personas ajenas al club y menos dentro
de él.
Si sus intenciones auténticas son las que se entreven cuando
su subconsciente sale a flor de piel, deberá cambiar su
inmediato alrededor y dejar de recibir malos consejos y
elogios envenenados que le pueden llevar a la ruina.
Otro tal ocurre en el Partido Socialista. Su líder habla,
incluso, en algunas ocasiones de “cuando sea presidenta de
Ceuta”, como si eso lo tuviera al alcance de su mano. Vamos,
que abriendo un cajón de la mesa le sale el Real Decreto
firmado por Juan Carlos I con su nombre y apellidos.
Desconozco los coeficientes de inteligencia de estas
personas, pero aunque fuera elevado, dan constantes muestras
de querer y no poder, de tener segundones constantemente a
su alrededor que realizan su labor a la perfección, la de
alabarles y recordarles constantemente que son mejores que
nadie.
Es una pena que la tarea política que ambos han asumido sea
la de ser califa en lugar del califa simplemente por el
hecho de serlo, por sus ansias de poder, por sus deseos de
mandar, por ninguna otra cosa que suplir con ello otras
carencias.
Es legítimo aspirar a superarse en la vida. Casi es ley de
vida hacerlo, pero es necesario conseguir metas sin
mediocridades, sin artimañas, sin mentiras, sin engaños, sin
soberbia, sin odio, sin tantas malas artes como vemos día a
día.
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