A una semana de la Navidad, se nos
vienen a la memoria acontecimientos , alegres y tristes que
hemos vivido. Es como si de alguna forma hiciéramos
inventario, en ese recuento fatal, para saber quiénes son
los que nos faltan, los que no estarán sentados esa noche a
la mesa pero que, seguro, tendrán un lugar en el pensamiento
y, sobre todo, en el corazón de todos nosotros.
La llegada de la navidad siempre es igual, es revolver en el
disco duro del mejor ordenador del mundo, el cerebro, para
ir del nuevo a un pasado a veces lejano, a veces no tan
lejano que, de nuevo, nos traerán las mismas imágenes de
todos aquellos seres queridos que nos faltan en esta noche
especial. Ninguno, en esa noche, dejará de poder pensar en
los que emprendieron el viaje de ida, sin lugar al retorno.
Pero así es la vida, y así tenemos que aceptarla porque, sin
lugar a duda alguna, llegará un día de esos especiales, como
es la Navidad, en que seamos nosotros los recordados. No hay
más cera que la que arde.
Por eso, cuando llegan las Navidades y veo algunas revistas
donde hacen ostentación de lujo y grandeza cuando tantos
niños mueren de hambre en el mundo por no tener un trozo de
pan que llevarse a la boca, siento como se me hace un nudo
en la garganta ante tanta injusticia. Unos con tanto y otros
con tampoco. Y pienso que el mundo está mal repartido o los
hombres nos hemos encargado hacer ese maldito reparto. Veo
como algunas personas se mueven sólo por tener cada día más
de ese papel, sucio y maloliente que metaliza los corazones.
Y a veces me río pensando que, ninguno de ellos cuando
estiren la pata, se va a poder llevar nada al otro mundo. Es
más disfruto muchísimo cuando contemplo, como aquellos que
amasaron grandes fortunas, cuando dejan este mundo donde
nadie es eterno, los herederos se gastan en lujo y cachondeo
todo lo que ellos amasaron, viviendo en la pobreza para
morir siendo ricos. Quizás ese disfrutar, viendo casos de
estos, sea la venganza de los pobres sobre todos aquellos
que hasta con malas artes hicieron una fortuna, vivieron
como unos pobres, murieron como unos ricos, y los que
vinieron detrás se tiraron lo aquello que con tanto celo y
privaciones habían conseguido. Todos estos miserias, no me
producen pena, me dan asco.
Conocí a unos de estos miserias que, desgraciadamente, se
quedó viudo. Retirado él, le habían quedado, mensualmente,
unas ochocientas mil de las antiguas pesetas y, además, en
el banco tenía sesenta millones a plazo fijo, cuando el
dinero a plazo fijo daba una respetable cantidad. Cierto día
me dijo: “me gustaría distraerme”, a lo que le respondí:
“Haga usted un crucero y recorra algunas islas del Caribe.
¿cuánto me costaría eso?. Pues con medio millón creo que
tendrá bastante. Me miró como si fuese una aparición lo que
tenía delante de él y con los ojos fuera de órbita me
contestó ¿De dónde saco tanto dinero?.
Lo miré con asco, di media vuelta, y me marché del lado de
aquel miseria, porque su sola presencia me producía un
impresionante rechazo. Y me reí, cuando estiro la pata,
porque vinieron las dos hijas con sus esposos, se llevaron
todo lo que había y, lo primero que hicieron cosa curiosa,
un crucero por el Caribe. Aún hay muchos miserias que harán
que otros vayan a hacer un crucero.
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