Haciendo memoria vieja, nos
volveremos atrás a recordar mis tiempos de chaval. Aquellos
tiempos, de mi generación, que les traerá gratos recuerdos a
quienes podemos aún contarlos para alegría nuestra y para
satisfacer, de camino, la curiosidad de las generaciones
presentes que tuvieron la enorme suerte de no vivir aquella
época donde los niños dejábamos de ser niños de forma
rápida, sin haber saboreado eso que los cursis llaman la
tierna infancia.
Sin olvidar, por supuesto, que los niños de mi generación
tenían sus mentes más “despiertas”, por la necesidad de
tener que inventar sus propios juegos para poder divertirnos
y sentirnos niños de verdad. Servidor, ustedes perdonen la
inmodestia, aún se sigue preguntando si, en alguna ocasión,
llegó a ser niño y sentirse como tal, soñando con todas esas
cosas bonitas que sueñan los niños.
Repasando esa memoria vieja de mi niñez, creo, esto lo tengo
que decir, porque es cierto, que sólo una vez me sentí niño
e incluso soñé como tal. Fue cuando descubrí, en la
desaparecida tienda de “Serafín”, a unos soldaditos de plomo
en perfecta formación al mando de un teniente con su
uniforme de colores que destacaba sobre el resto de aquellos
soldaditos. Hubiese dado algo por haber podido comprar
aunque fuese sólo a ese teniente que tanta admiración había
despertado en mi persona. Pero, ya lo dijo Calderón “los
sueños, sueños son”. Y para mi persona, en aquellos
momentos, aquello sólo era un sueño que difícilmente podría
alcanzar. Por ello, cada rato que tenía libre, me iba al
escaparate y me pasaba mirando a los soldaditos de plomo y
sobre todo a mi admirado teniente con su bonito uniforme,
horas y horas, dejando corre mi imaginación, haciéndole
intervenir en innumerables batallas, al frente de sus tropas
de las que, sin discusión alguna, siempre salía victorioso.
Recuerdo que, en cierta ocasión, mientras contemplaba el
escaparate me volví y había un gran número de personas
mayores, mirando la formación de los soldaditos de plomo, y
hablando con gran admiración del mi particular teniente con
su bonito uniforme. Algo me lleno de satisfacción al
comprobar, que hasta las personas mayores admiraban al
teniente. Y es que, realmente, mayores y pequeños, todos sin
dejar a nadie fuera, sentíamos admiración por aquel
personaje de plomo que estaba, como no podía ser de otra
forma, al frente de su compañía.
Cierto día, el teniente que mandaba las tropas y admirados
por mayores y pequeños, no estaba en su lugar
correspondiente. El mundo se me cayó a los píes habían
acabado con todas las ilusiones y aventuras de mi vida. No
me lo pensé dos veces, entré dispuesto a pedirle una
explicación a Serafín cuando, de pronto le vi en un rincón
del mostrador con el uniforme medio destrozado y Serafín
dándose cuenta de mi estado de ánimo, me dijo: “no te
preocupes, se vuelve a pintar. La pintura es lo único que le
distingue de los demás y la que tanta admiración causa,
quitándole la pintura no es más que otro soldadito de plomo.
Sigo mirando en el escaparate de la vida y me encuentro con
otro soldadito que engañan a los que les admiran porque
tienen esa capa de pintura. ¿Qué pasará el día que se le
caiga?.
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